La vida
viaja bajo mis pies esclavos del destino
al que
mi camino me transporta casi sin quererlo.
El
horizonte, cómplice, juega con cuentos infinitos
que
imaginan las nubes en sus sueños de viento.
Todo
nace y muere muy deprisa...
Tan
deprisa...
El
retrovisor dibuja fantasmas de fríos espejismos
del
pasado de un mundo de instantes apenas revividos.
Todo se
pierde entre la bruma de los recuerdos
que se
niegan a olvidar el amargo dolor del olvido.
Aferro
mis manos al volante con ese fiel instinto
que dan
los dedos infantiles y su miedo desconocido,
y sigo
como un niño desvalido hacia sus propios cielos
en los
que el horizonte sueña siempre con luz de besos.
Todo
muere y renace muy deprisa...
Tan
deprisa...
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